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Julio 2009:CARLOS GOMEZ RUIZ, c.r.

26/7/09

"Hoy como ayer
tenemos una Iglesia que necesita ser reformada,
limpiada desde dentro,
ventilada para que la inunde
el soplo del Espíritu. "

Entrevista al Hno. CARLOS GÓMEZ RUIZ, C.R.
Miembro de la Comunidad de Padres Teatinos
de Sant´Andrea della Valle ( Roma )



Hay un viejo dicho que reza: " lo bueno se hace esperar". Para aquellos hermanos/as que nos preguntábais por la entrevista del mes de junio, pues, he aquí la respuesta: una deliciosa charla con un gran conversador quien, con sobriedad y sencillez, tan teatinas, nos adentra en la vivencia del carisma, nos cuenta su experiencia vocacional y nos transmite la hondura de la huella de Dios en su historia.

La Comisión de Divulgación quiere agradecer al Hno. Carlos la cordialidad y la sencillez con las que aceptó colaborar con nuestro blog e invita a sus hermanos y amigos a compartir esta entrevista profunda y teatina. ¡Gracias desde el corazón, Hno. Carlos!














Nos gustaría saber, a grandes rasgos, ¿cómo fue su proceso vocacional? ¿En qué momento de su vida Ud. se plantea esta opción de vida?



Gracias por la pregunta. Debo comenzar por aclarar que mi proceso vocacional sigue, está en curso, no ha terminado porque sigo en formación. Ahora bien:

« El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró. » (Mateo 13,44-46)



Siempre escojo esta cita para contar cualquier cosa sobre mi proceso vocacional porque, sin duda, en estas frases de Jesús se sintetiza mi vivencia vocacional de estos años. Y son las imágenes que siempre uso para hablar de la vocación en general, porque ese tesoro escondido y esa perla preciosa es lo que está detrás de toda vocación.



Creo que debo remontarme al año 1994, cuando regresé de un intercambio estudiantil que había organizado mi escuela preparatoria. Durante mi ausencia, mi madre y mi hermana me habían inscrito al “Curso de confirmaciones CUDEC” dirigido por la pastoral juvenil de la Universidad “Dr. Emilio Cárdenas”. Yo no estaba inscrito en dicha universidad, pero mi hermana tenía conocidos que estudiaban allí y que nos invitaron a tomar la preparación sacramental. Aunque yo no estaba confirmado no estaba tampoco muy seguro de querer tomar el curso de preparación, pero la primera sesión estuvo llena de jóvenes y hubo una fiesta en la que muchas personas nos contaron cómo había estado el año anterior. Así que me animé y decidí seguir yendo. El curso contemplaba entre sus objetivos que, muchos domingos antes de la fecha en que recibiríamos el sacramento de la Confirmación, ya tuviéramos arraigada la costumbre de ir a Misa. Así fue que nos hicieron el hábito de ir a la celebración dominical de la eucaristía en nuestras parroquias respectivas. Yo iba con mi hermana a la misa de jóvenes que era siempre a las 7 de la noche.




El 6 de junio de 1994 recibí la Confirmación por Monseñor Manuel Pérez-Gil González, primer Arzobispo de Tlalnepantla, en la santa iglesia Catedral metropolitana de Corpus Christi; en dicha ocasión mi padrino fue uno de mis primos.




Hablo de la Confirmación como un momento importante en mi proceso vocacional porque ésta me permitió irme integrando en la vida parroquial: comencé a frecuentar el grupo de jóvenes y entre las actividades de aquel momento está la participación en un Festival del Día de las Madres y en una Pastorela para fines de 1995. Luego mi hermana y yo entramos en el coro de la misa de jóvenes. Y después tomé un retiro de evangelización donde pude renovar mi encuentro con Jesús, “de ojos abiertos y corazón palpitante”, como decía Juan Pablo II.




Sin embargo, yo personalmente tenía otros planes. Estaba terminando mi escuela preparatoria y, al término del Bachillerato, ingresé en 1995 a la Facultad de Ingeniería de Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para cursar la carrera de Ingeniería Civil. Pero seguía yendo a la Parroquia constantemente y, cada vez, más ocasiones por semana. Aparte del grupo de jóvenes, me interesé en el curso de Liturgia, en el de Biblia y acudía una vez por semana a mi pequeña comunidad de base, mientras seguía yendo a los ensayos del coro y a la misa dominical. Total que me la pasaba casi todas las tardes en mi Parroquia.




El grupo de jóvenes estaba a cargo de un seminarista llamado Carlos Cardona que constantemente hacía invitaciones a los muchachos del grupo a visitar el seminario –en aquel tiempo, “interdiocesano”– y a experimentar el “preseminario”, una especie de prueba de “vida de seminario” por una semana, en la que podrían ver si esa vida de seminario era para ellos o no. Curiosamente a mí no me invitaba a estos preseminarios porque yo era recién llegado a la parroquia. Pero, en una ocasión, sí nos invitó a acompañarlo a un pueblito de la Arquidiócesis a recoger un “alba” (una túnica blanca) que un sacerdote le regalaría entonces, porque iba a recibir el ministerio de Lector, uno de los “ministerios laicales” que se reciben en la formación sacerdotal. El caso es que a lo largo de todo el trayecto en camioneta al pueblito, pasamos, durante más de una hora, por los barrios (o “colonias”, como les llamamos nosotros en México) más pobres de la ciudad: colinas y montes donde miles de personas –que viven hacinadas– habían logrado construir sus casitas con materiales humildes, y que se coronaban, en la cima, con una sencilla iglesita parroquial. El seminarista nos explicaba qué parroquias eran y cuánta gente vivía en cada monte. «En ésta 15,000 personas y un solo sacerdote para atenderlas»; «en aquella otra lo mismo»; y así por el estilo durante más de una hora entre las curvas de una vieja carretera en la zona conurbada de mi ciudad. Al final del trayecto habíamos visto la realidad de la necesidad de sacerdotes para nuestra arquidiócesis y el seminarista añadió: «en verdad hacen falta sacerdotes: ¿verdad que sí los puedo esperar en el “preseminario” de este año?» Esa fue la primera vez que sentí “la llamada”, y casi diría que mi corazón estuvo “palpitando fuerte” todo el camino. Algo en mi interior me decía que yo podía hacer algo por tanta gente pobre y necesitada espiritualmente.



Entonces al término de dos semestres en la Facultad de Ingeniería, después de un largo discernimiento y mientras trabajaba en un taller artesanal con miembros de la comunidad parroquial, me animé a ir al famoso preseminario. Fui a mi Parroquia, dedicada a San Felipe Neri, pedí informes a mi Párroco, Monseñor Daniel Segura, y me los dio. Me pareció ver algo de emoción en sus ojos aquella tarde.




Lo más duro fue decirles a mis padres que yo quería ir a dicho preseminario.
Fui, entonces, al preseminario de la arquidiócesis, que duraba solo una semana, comenzando en lunes. Allí nos dieron pláticas sobre la vida eclesial, sobre el servicio y la comunión fraterna. Cantábamos y limpiábamos el seminario con tanto gusto que todavía lo recuerdo. El jueves, tras una larga adoración al Santísimo, entregue mi carta de petición de ingreso pidiéndole al Señor que se hiciera su voluntad. El día viernes, última jornada del preseminario, me dieron mi carta de aceptación al final de una emotiva misa de clausura a la que fueron mi madre y mi hermana.



Fue así que ese verano de 1996 interrumpí el curso de Ingeniería para seguir al Señor y entregarme a su voluntad. El domingo 4 de agosto, que normalmente sería la memoria del santo Cura de Ars, san Juan María Vianney, ingresé al Curso Propedéutico en el seminario de Lago de Guadalupe, Estado de México. A la disolución del seminario interdiocesano mi formación fue trasladada al recién reinstaurado seminario diocesano, en el Bosque de los Remedios. Culminé los estudios filosóficos en dicho seminario el año 1999.


¿Cómo reaccionó su familia cuando Ud. les comunicó su vocación? ¿Y sus amigos?



Mi familia reaccionó de manera muy interesante:
Pienso que a mi papá se le cayó el mundo, porque él esperaba de mí algo diferente, un ingeniero. Desde que acabé la primaria organizó nuestras vidas para que yo pudiera ser un buen profesional y egresara de la Universidad Nacional (UNAM), a la cual él había asistido (él es Contador Público). Sin embargo me apoyó en mi decisión, me dijo que lo pensara bien, y que hiciera la prueba al menos un año que si no me gustaba podría regresar a la Facultad y terminar lo que había empezado.



Mi madre siempre me apoyó, aunque creo que no se la esperaba. Igualmente mi hermanita y mis abuelitas. De hecho yo creo que a la que más le sorprendió fue a mi hermanita que tomó una oración de un libro que le habían regalado (J.L. Cortés, Un Señor como Dios manda), sobre el momento en que Jesús, nuestro Señor, se va de casa después de su Bautismo, y la adaptó a mis circunstancias. Aquella carta que me regaló mi hermanita la conservé pegada en la puerta de mi habitación en casa de mis padres durante mucho tiempo. El texto es el siguiente:



  • «Querida mamá: Cuando te despiertes yo ya me habré ido. He querido ahorrarte despedidas. Ya has sufrido bastante y lo que sufrirás, María. Ahora es de noche, mientras te escribo. El gato me mira como diciendo: “¿Es que no va a poder uno dormir en esta casa nunca?”. Quiero decirte por qué me voy, por qué te dejo, por qué no me quedo en el taller haciendo marcos para las puertas y enderezando sillas el resto de mi vida.Durante treinta años he observado a la gente de nuestro pueblo y he intentado comprender para qué vivían, para qué se levantaban cada mañana y con qué esperanza se dormían todas las noches. Juan el de las gaseosas, y con él la mitad de Nazaret, sueñan con hacerse ricos y creen de verdad que cuantas más cosas tenga más completos van a ser. El alcalde y los otros ponen el sentido de sus vidas en conseguir más poder, ser obedecidos por más gente, tener capacidad para disponer del futuro de los otros hombres. El rabino y sus beatas se han rendido ya de todo lo que signifique esforzarse por crecer y se disculpan haciéndolo pasar por voluntad de Dios... A veces, madre, cuando llegaba el cartero y sonaba la trompetilla en la plaza del pueblo, cuando la gente acudía corriendo alrededor, yo me fijaba en esas caras que esperaban ansiosamente, delirantemente, de cualquier parte y con cualquier remite, una buena noticia: ¡hubieran dado la mitad de sus vidas porque alguien les hubiera abierto, desde fuera, un boquete en el cascarón! Me venían ganas de ponerme en medio y gritarles: “¡La noticia buena ya ha llegado! ¡El reino de Dios está dentro de ustedes! ¡Las mejores cartas les van a llegar de dentro! ¿Por qué se repiten que están cojos si resulta que Dios les ha dado piernas de gacela?”
  • Yo me siento prendido por la plenitud de la vida, María. Yo me descubro encendido en un fuego que me lleva y me hace contarles a los hombres noticias simples y hermosas que ningún periódico dice nunca. Y quisiera quemar al mundo con esta llama; que en todos los rincones hubiera vida, pero vida en abundancia. Ya sé que soy un carpintero sin bachillerato y que apenas he cumplido la edad del poder abrir los labios en público. No me importaría esperar más, pensarlo más, ser más maduro, “hacer mi síntesis teológica…” (…)
  • Pero… Hay demasiada infelicidad, mamá, como para que yo me contente con fabricar hamacas para unos pocos… Demasiados ciegos, demasiados pobres, demasiada gente para quien el mundo es la blasfemia de Dios. No se puede creer en Dios en un mundo donde los hombres mueren y no son felices… a menos que se esté del lado de los que dan la vida para que todo eso no siga sucediendo; para que el mundo sea como Dios lo pensó (…)» (J.L. Cortés, Un Señor como Dios manda.)9 y el 20 de febrero de 2009.


Por otra parte, mis amigos también me apoyaron. Claro, además se sorprendieron pues nunca habíamos tocado el tema religioso entre nosotros, supongo que fue así porque nuestra escuela era pública y “laica”. A decir verdad el más sorprendido fui yo al escuchar que ellos también iban a Misa y que alguno hasta era de la Adoración Nocturna. Creo que el tema religioso es fundamental para pasar a otro nivel en las relaciones entre amigos.
¿Con qué obstáculos se encontró inicialmente?


Curiosamente la principal oposición llegó de parte de alguna tía mía, que se había hecho la ilusión de verme con señora e hijos. De ahí en fuera, más bien se fueron abriendo las puertas, todas, hasta las más difíciles. Siempre que iba a algún lugar me preguntaban: “Disculpe, usted es seminarista, ¿verdad?” Cosa que me parecía muy curiosa. Yo no creo haber hecho nada diferente externamente para diferenciarme y, sin embargo, siempre me lo preguntaban.


Hasta la Liturgia de las Horas, que me habían pedido para comenzar a tener la práctica de la oración litúrgica y que suele ser costosa, la conseguí sin esfuerzo porque me la vendió barata una señora de la Parroquia porque ya no usaba la versión de los cuatro tomos.




La oración, la oración y la oración. Y la vida de comunidad en mi Parroquia.


¿Por qué su vocación se canalizó finalmente en la Orden Teatina?


El año 2000 participé en la pastoral vocacional arquidiocesana en la Parroquia del Espíritu Santo. Y fue allí que conocí a los Teatinos. El Padre Chava (Salvador Rodea) que entonces era “junior” y el hermano Tomás, hoy ya ordenado sacerdote para la Provincia de los Estados Unidos, fueron mis primeros contactos con «lo teatino». Y creo que fue el primer momento que me planteé sinceramente la vida religiosa. Yo antes de ellos conocía sólo sacerdotes del clero diocesano (“secular”) y a ningún religioso (“regular”). Pero su forma de trabajar y de ayudar me cuestionó por primera vez acerca del clero secular.


Después de tantos años creo que no hay un “por qué”, sino que son en cierta medida las circunstancias felices las que nos marcan. Si no hubiera trabajado en la pastoral vocacional no hubiera conocido la Orden teatina. Ya después puedo trazar una delgada línea hasta el inicio de mi vida: nací en una Parroquia teatina, San Cayetano de Lindavista, Ciudad de México y hasta mi abuelita tenía una botellita de agua bendita con la efigie de san Cayetano en su tocador. Pero esto es algo que puedo delinear a posteriori. Una vez que encontré la forma de vida teatina ayudando a otros jóvenes a descubrir su vocación fue que descubrí este maravilloso carisma y me enamoré de él.


Ese año jubilar 2000, después de un profundo discernimiento vocacional y en diálogo con mi Director Espiritual y mi Formador, decidí abandonar la formación diocesana. Ingresé a trabajar como asistente en Servicios de Mensajería Directa, una mediana compañía de publicidad de mi ciudad. Pude vivir la Providencia divina al entregar sin falta mi salario íntegro a mi madre para que ésta lo administrara en los gastos del hogar.
Mientras, en agosto de 2000, inicié un proceso vocacional de un año en la Orden de Clérigos Regulares Teatinos.



Por recomendación del entonces promotor vocacional, aquel mismo Padre teatino Salvador Rodea, me interesé en seguir estudios de computación y así, con el apoyo familiar, mi salario se destinó al pago de colegiaturas y pude ingresar a cursar tres cuatrimestres de la Ingeniería en Redes en el Centro Universitario ETAC, donde pronto obtuve una beca; también cursé dos semestres de idioma alemán en el Centro de Lenguas de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP de la UNAM) plantel Acatlán. Pero mi preparación a la vida teatina no fue solo académica, sino también espiritual: Durante mis vacaciones escolares de Semana Santa de 2001 fui enviado de Misión a la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Puebla, de la Arquidiócesis de Puebla de los Ángeles, atendida por los Padres Teatinos.


A partir de julio de 2001 ingresé como aspirante teatino a la Casa de Formación “San José María Tomasi” de la Provincia de México, en la Colonia Roma de Ciudad de México. Siendo Prepósito de la casa el Reverendo Padre Jorge Campa Esquivel y maestro mío el Reverendo Padre Alberto Ceballos Jiménez, en ese entonces Clérigos Regulares.
Desde ese mismo año cursé el Bachillerato Pontificio en Teología en el Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México (IFTIM). En el mismo colaboré con la imagen gráfica, así como con los diseños de los carteles de las Semanas Teológicas de los años 2003 y 2004.



En la Semana Santa de 2002 fui enviado de Misión de Semana Santa a la Parroquia de Jalapa de Díaz, Oaxaca, de la Diócesis de Tuxtepec, bajo la dirección de las Misioneras Combonianas.


El 6 de marzo de 2003 ingresé al Postulantado. La Semana Santa de ese año fui enviado de Misión de nueva cuenta a la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Puebla. Ese verano hice los Ejercicios Espirituales en la Casa “San Javier” de la Compañía de Jesús, los cuales fueron dirigidos por el Reverendo Padre Joaquín Gallo, S. J.


Posteriormente hice mi Noviciado en la Ciudad de Santiago de Cali (Colombia) donde pude experimentar verdaderamente la pobreza, ese gesto inicial que había motivado mi vocación inicial, pues allí los novicios ayudábamos a la formación integral de los niños del barrio Alfonso López y trabajábamos activamente en el comedor infantil. Quizá fue un Noviciado sui generis porque revisamos poco los escritos y la historia de la Orden y nos enfocamos más en el trabajo social. Pero era lo que teníamos que hacer.


¿Qué rasgos de los santos teatinos han iluminado de un modo especial su vocación?


Una vez que he podido conocer la espiritualidad de nuestros santos creo que no hay un carisma más bello en la Iglesia y pocos se le igualan en profundidad, anchura y largura, y sobre todo en santidad y virtudes.


Pero para ser más específico, creo que la reciente celebración del “Año Aveliniano” (2007-2008), es decir el 400 aniversario del tránsito al cielo de nuestro gran san Andrés Avelino, ha sido una fuente de gracia para todos los que en la Orden queremos profundizar el conocimiento de nuestros santos. La escuela ascética de san Andrés es inigualable. ¡Ya quisiera yo ser, al menos un poquito, como él! El Año Aveliniano comenzó mientras estaba yo en Jerusalén haciendo un semestre de estudios bíblicos y allí hicimos una celebración muy emotiva y recuerdo todavía con mucha emoción que pude renovar mis votos para ganar la indulgencia jubilar que nos había concedido Su Santidad Benedicto XVI.



Aparte de este gran santo, la figura de san Cayetano resplandece por sí sola. Para mí es una gracia contar con tantos ejemplos buenos. ¿Y qué decir del Cardenal Tomasi? Ese gran santo que dedicó su vida al aprendizaje de las lenguas antiguas y al estudio de los textos litúrgicos antiguos.



Cuéntenos cómo es un día de su vida… cómo es un día en la vida de un religioso teatino…


El día está centrado en la Cruz de Jesús: el misterio de su muerte y resurrección llena, o debería de llenar, nuestro día. Se levanta uno mirando a la Cruz y mirando a la Cruz se acuesta. De hecho, casi podríamos ser llamados “religiosos de la cruz” (bueno, de hecho alguna vez así fuimos conocidos). Una cruz desnuda, sin Cristo crucificado en ella, para recordarnos que así como Él estuvo allí así también nosotros podemos unirnos a ese misterio tan genial y tan grandioso de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
En términos prácticos, yo diría que la vida de un teatino no se diferencia tanto de la vida de un sacerdote secular: se levanta uno, reza las laudes, celebra la eucaristía, va a la escuela, estudia, y reza las vísperas, etcétera. Pero lo teatino está en el acento comunitario: todos los actos o la mayoría de éstos, en comunidad: si es rezar, en coro; si es comer, en el refectorio común; si es ir a la escuela, acompañados; hasta el poco dinero que se debe administrar se tiene en común y del común se vive.


 ¿Qué piensa Ud. que la Iglesia, los jóvenes, el mundo, esperan de una persona consagrada?¿Qué le diría hoy a una persona joven que quiere consagrar su vida al Señor?



Que no tenga miedo. Que confíe en Dios. Que recuerde las palabras de san Agustín:
«Dame Señor lo que me pides, y pídeme lo que quieras» (San Agustín, Confesiones, 10,29). Que esté abierto al don de Dios en su vida. Él, el Señor, mejor que nadie sabe lo que nos hace falta, lo que necesitamos, así que seguramente será Él quien sepa qué nos conviene más para nuestra salvación y la de los demás.




¿Existe un perfil de consagrado/a teatino/a para el siglo XXI?


Creo que sí, pero no creo que esté muy lejos del perfil teatino del siglo XVI: un sacerdote santo y reformado interiormente. Hoy como ayer tenemos una Iglesia que necesita ser reformada, limpiada desde dentro, ventilada para que la inunde el soplo del Espíritu. Hoy como ayer hay, en la Iglesia y fuera de ella, personajes que solo buscan su honor y gloria, los premios y la vanagloria que éstos traen consigo, el ser notorio entre los del “mundo de la cultura”.
Creo que hoy como ayer se necesita otro seguidor tan fiel de Cristo como lo fue san Cayetano. Como lo fueron los Teatinos del inicio. Una madre tan entregada a Jesús como lo fue nuestra madre Úrsula Benincasa. Creo que hoy las coordenadas no deberían estar en la elaboración de un “perfil”, al estilo de los perfiles que diseñan las grandes corporaciones, con muchos requisitos y características del candidato, sino que el acento debe estar en el seguimiento de Cristo. Este seguimiento es lo que define a todo cristiano, teatino o no, y es de lo que entregaremos cuenta en nuestro encuentro final con el Señor.





Congruencia. Basta.



¿Es usted feliz? ¿Hay recetas para ser feliz en la propia vocación?



Los años más felices de mi vida, quizá sólo después de los de mi infancia, son los que he vivido en comunidad. No sé mucho de recetas, pero evidentemente la felicidad no se cocina en un día.


Es inevitable preguntarle por su experiencia de cercanía al dolor y la enfermedad, ocurrida recientemente en su vida….



En esta parte quiero retomar algunas frases que escribí hace poco para rescatar del posible olvido esta experiencia.

En efecto, tuve un derrame cerebral el pasado 9 de febrero de 2009. La mañana del lunes 9 nunca imaginé que no me levantaría a Laudes. En la Basílica de Sant’Andrea della Valle, donde vivo, tenemos las Laudes cada mañana a las 7:30, la oración matutina del Oficio Divino en comunidad. Desde los tiempos de san Cayetano y de nuestros fundadores, los Teatinos buscamos recobrar el sentido de esta oración que es muy antigua y que, sin embargo, había ido perdiendo su lustre en la Iglesia y en la Roma del siglo XVI. En la actualidad, como hace ya siglos, hacemos la oración en común, recitada en el coro de la Basílica donde cada uno de los miembros de la Casa tiene asignado un lugar. Esa mañana mi sitio se quedó vacío. Yo no pude bajar al Coro a una oración que intento no perderme desde que me la enseñaron a recitar hace –ya tantos años–, la cual es muy sencilla y su parte medular se centra y se nutre en lo bíblico, de manera especial en salmos y lecturas bíblicas que van alargando la meditación de la Eucaristía a lo largo del día.
El caso es que como esa mañana de febrero no estuve presente en las Laudes, subieron a buscarme a mi celda el Padre General (Padre Valentín) y el Rector del Colegio (Padre Osman). Vieron que yo no había bajado a la oración comunitaria y, luego del desayuno y aprovechando que tenían un momento libre esa mañana, fueron a tocar a mi puerta. Como yo no respondí, giraron la manija y la puerta cedió con gran sorpresa para ellos, y digo que se sorprendieron porque pensaban que yo me encerraba todos los días y a todas horas con llave. Pero ahora habían podido abrirla con facilidad tan sólo para llevarse un gran susto. Me encontraron en el piso, con poca ropa, sin responder a las llamadas que me hacían. Rápidamente llamaron a los demás Padres de la Casa y se coordinaron para llamar una ambulancia. Los socorristas de la ambulancia intentaron, según dicen, que yo reaccionara, me preguntaban a gritos si yo hablaba italiano, me pellizcaban los brazos y la panza. Fue inútil, no reaccioné. Con rapidez, aunque no sin dificultad por mi sobrepeso, me llevaron a la ambulancia bajando los 2 pisos por unas escaleras pesadas que revelan las dimensiones verdaderas del edificio al dejar ver que los pisos son tan altos que más bien para llegar a mi habitación deberían contarse 4, sino es que hasta 5 pisos de altura según las medidas estándar de construcción actuales. Esto hizo que uno de los socorristas que era una señorita terminara hasta enojándose porque le habían dicho que eran sólo dos pisos y, para ella, terminaron siendo muchas más las escaleras que tuvo que subir.


Esa mañana del lunes 9 de febrero habría sido mi primer día de vacaciones luego de un arduo semestre en el Pontificio Instituto Bíblico. El fin de semana había alcanzado a escribir en mi Facebook: “Carlos está de turista en Roma” («Carlos fa il turista a Roma»). En cambio, fui llevado de emergencia al Hospital “Santo Spirito”, muy cerca del Vaticano. El diagnóstico de los médicos fue certero: una pequeña arteria en mi cerebro, a la cual se le había debilitado una de sus paredes, había sufrido un aneurisma, la formación de una especie de globito. No soy médico así que te pido disculpas por lo inexacto de la información que pueda yo escribir, pero según lo poco que he leído estos días, no hay forma de saber que uno tiene dicho problema sino por mera coincidencia cuando, por ejemplo, se hace un estudio tratando de averiguar algún otro problema. Así que no tenía la forma de saber que tenía dicho deterioro intracraneal, la única cosa que me sucedió fue que el fin de semana anterior yo había tenido un dolor de cabeza tremendo que se me pasó rápido, pero, luego, durante el domingo estuve vomitando varias veces la comida y no cené más que un té que me había preparado el Padre Osman. Yo pensaba que algo de lo que había comido me había hecho mal y no quise cenar nada el domingo. La noche del domingo al lunes me levanté todavía varias veces más para vomitar en el baño. Hasta recuerdo que a medianoche tuve que ir a la sala a buscar más papel higiénico y allí vi al Diácono Paolo que, aun a esa hora, veía la televisión.



En el Hospital, luego de varios estudios los neurocirujanos decidieron que era necesaria una intervención quirúrgica y buscaron el método más adecuado para evitar tocar la masa encefálica. Los médicos sabían que tanto el problema como la operación eran muy riesgosos y les dijeron a los Padres que fueran avisando a mis familiares de lo que sucedía. El martes 10 me llevaron al quirófano y me hicieron una pequeña abertura en mi cráneo, a la altura de mi frente, hacia el lado derecho, y por allí lograron introducir el material con el que repararon el vasito roto. El asunto fue muy grave. En total estuve 4 días en coma, en terapia intensiva. Desperté, bendito sea Dios, aunque hasta el día jueves.


El Padre Osman había ido de inmediato al Instituto Bíblico para avisar que yo estaba mal. Acto seguido el Secretario General del Instituto publicó un aviso en el mural estudiantil y notificó a la comunidad de Padres Jesuitas que lleva la institución. Todos se organizaron para rezar por mí, ir a visitarme y llevar y traer noticias entre el hospital y la escuela.
Con prontitud, los Padres de “Sant’Andrea della Valle” hablaron por teléfono a México al Padre Felipe de Jesús, que es mi Superior Provincial en México. El mismo se tomó la molestia de ir a casa de mis papás y avisarles que yo había tenido un “pequeño” problema. A nombre de la Provincia de los Teatinos en México, con generosidad, les dio en ese momento los medios económicos para que vinieran a Roma. La que aceptó de inmediato el “reto” fue solo mi mamá, ya que mi papá, aparte de estar enfermo, sufre de miedo a los aviones desde que, según cuenta, estuvo por desplomarse una aeronave en la que alguna vez se transportaba. Así que los dos prendieron un cirio y rezaron en el silencio de la casa. Mi mamá se hizo acompañar de mi hermanita por lo cual ella tuvo que pedir permiso en su trabajo para venir a verme, aunque para hacerlo solo le dieron una semana, y tuvo que dejar solos a su esposo y a su hijita. El Padre Provincial dispuso también que el Padre José Saavedra, que ha sido mi hermano de comunidad por varios años, se encontrara con ellas y las acompañara, a nombre de la Provincia, en el tramo de Madrid hasta Roma.

Entonces, ese día jueves llegaron a Roma mi madre y mi hermana desde México con el Padre Pepe desde Madrid, así que no les di el susto de verme en coma, pero sí el de verme en terapia intensiva (en rianimazione, en italiano). Estando todavía en el aeropuerto, Pepe recibió la llamada del Padre Osman para decirle que ya había yo “despertado” y que la primera visita sería a las 9:30 de la noche. El Padre Pepe les dio la buena noticia a mi mamá y mi hermana, pero decidió no decirles que habría posibilidad de verme para no angustiarlas en caso de no poder llegar a tiempo. De hecho, el informe de mi leve mejoría alivió la tensión de los rostros y pudieron llegar hasta la sala de terapia intensiva justo a tiempo para verme por primera vez después de lo sucedido.


No recuerdo bien lo que pasó esos primeros momentos, solo tengo las referencias que me cuentan. Mi mamá dice que lo primero que le dije fue: “vinieron a visitarme mis abuelitas”. Ella, sorprendida porque ambas están ya finadas, sólo atinó a preguntarme si alguien más había venido a visitarme, a lo que yo le respondí que no…
Muchas de las conversaciones que tuve en esos primeros días justo después de la operación no las recuerdo. Y lo lamento mucho, porque mucha gente me mostró su solidaridad yendo a visitarme en los breves momentos de visita que asignaba el hospital. Lamento, por ejemplo, que no me acuerde del rato divertido en que, en los pocos momentos de lucidez que tenía yo y supongo que preocupándome por su matrimonio, le dije a mi hermana que no volteara a ver a los Carabinieri (que son algo así como la Guardia Civil) que suelen ser molestados por las turistas extranjeras y jóvenes para tomarse fotos con ellos. Mi hermanita dice que también le inventaba historias así que ella no sabía si tomarlo como un buen síntoma o no.



A mí lado estuvo también el Padre José Saavedra todo el tiempo que pudo y, cuando no podía, entonces cuidó siempre de mi mamá y de mi hermana, las acompañaba por ratos a visitar algunos lugares de esta hermosa ciudad de Roma para que se distrajeran de la tensión nerviosa y les apoyaba anímicamente.


En una ocasión el Padre Pepe me hizo pasar frente a un espejo y, ante la imagen que se reflejaba de mí, sólo exclamé de sorpresa y pude decir: “Britney Spears”, supongo que recordando el “look” que le quedó a la artista cuando, luego de una crisis, se cortó el cabello a rapa. Y es que a mí también me habían rasurado la cabeza para poderme operar. Supongo que le hice pasar un buen rato al Padre con tremenda ocurrencia.


Pepe platicaba mucho conmigo y lo único que recuerdo bien es que a veces me interrumpía y me preguntaba: “Carlos, ¿sí sabes por qué estás aquí?” Esa frase me hacía reaccionar y darme cuenta de que en ese momento yo acababa de decir alguna cosa incongruente. Pienso que probablemente fruto de mezclar sueños con la realidad. Mi mamá me dijo que yo decía muchas barbaridades en los primeros días. Una de esas barbaridades sería cuando a Cecy y Costanza, unas amigas mías, monjitas, que iban a visitarme, les dije una vez que me gustaba una de las enfermeras que me atendían.



Por otro lado, yo dormía mucho y soñaba mucho y, claro, mezclaba mis sueños con la realidad y luego no sabía distinguirlas. Como cuando a Ana, la esposa polaca de mi amigo chileno Sergio, una vez le dije que me habían llevado de desayunar un helado holandés, “porque el helado holandés es muy bueno”. Ana se quedaba intranquila, y no sabía si lo que yo le decía era verdad o lo estaba inventando.


A mi amigo Sergio le decía siempre que lo médicos no habían hablado conmigo. Cosa que en realidad sí habían hecho. Sergio tuvo siempre la paciencia de recordarme la verdad y estuvo siempre disponible para explicarme lo que en realidad me había pasado.
Los primeros días, por un lado, mi presión arterial no lograba ser estabilizada por los médicos. Por el otro lado, mis desvaríos llegaron a un límite el día jueves siguiente, día en que había logrado preocupar ya seriamente a todos: mi madre, mi hermana y Pepe salieron del hospital y en el camino de regreso a casa en la Vía Julia, abrieron su corazón y se pusieron a llorar.



Supongo que el Señor vio sus lágrimas, porque mi situación física y mental comenzó a mejorar. Como dice el Padre Cayetano Rossell, si el Dios Altísimo, Padre de nuestro Señor Jesucristo, intervino en el caso, fue gracias a la intercesión de la venerable Madre Úrsula Benincasa a la que siempre me encomendaron las Teatinas y muchos Teatinos.
Aunque comía poco porque la comida no tenía sal además como sentía que pasaba mucho tiempo en cama no tenía hambre. Mi mamá y el Padre Osman me pedían que comiera bien, porque si no los doctores no me dejarían salir. Eso fue un buen incentivo para intentar comer algo más. Pero como no tenía sal, le decía siempre a mi mamá que me trajera al hospital una Coca-cola, a lo que ella siempre se rehusó. El que sí me la llevó fue el Padre Osman en una ocasión, pero nunca la bebí porque Cecy y Costanza, que iban todos los viernes a visitarme, nos recordaron que la Coca-cola sube la presión.



Bendito sea Dios, me dieron de alta a fines de marzo. Aún bajo controles médicos, pero, con la gracia de Dios, fortalecido con las oraciones de todos los que se iban enterando de mis circunstancias accidentadas. De hecho, desde el primer momento el Padre Cayetano comenzó una cruzada de oración, pidiendo a todos los lectores de Mundo teatino, el boletín oficial de la Orden que él redacta en su calidad de Secretario General, que pidieran la intercesión de la Fundadora de las Teatinas, la venerable Madre Úrsula Benincasa, para que el Señor se dignara devolverme la salud (“Diosito nos lo tiene que curar bien y pronto”, escribía el Padre Cayetano).


El Padre Cayetano hizo también una selección de frases de los correos electrónicos de solidaridad que le llegaron y las publicó en Mundo teatino .Bendito sea Dios por su solidaridad.



Ya en casa el Padre Cayetano tuvo la gentileza de imprimirme una copia de los mensajes y entregármelos para poder responderles personalmente.

La salida del Hospital fue el día más feliz de todos y también fue divertido. Salí en pantuflas, en fachas y con un parche en mi cabeza que cubría la cicatriz de la operación que apenas se estaba cerrando. Volví a ver la luz del sol y la sentí sobre mi piel. Estaban conmigo el Padre Osman y mi madre. Le pregunté al Padre si había llevado el coche y me dijo que no porque no había estacionamiento, que, si quería yo, él nos llamaría un taxi. Le respondí que no y justo en ese momento iba pasando el autobús de la ruta 40 que es el que de regreso nos deja enfrente de Sant’Andrea. Sin dudarlo un segundo me subí al mismo y, detrás de mí y con tiempo a penas para reaccionar, se subieron mi mamá y el Padre. Aunque iba lleno, encontré libre el asiento reservado a enfermos y me senté. Durante el viaje no me importó estar en fachas y llevar un parche vistoso en la cabeza, iba feliz. Hoy recuerdo todavía con gusto ese momento.


Me dieron de alta del Hospital pero con reservas y bajo control médico. Los doctores me recetaron 4 medicinas, las cuales inmediatamente me puse a investigar en Internet para qué eran. Según yo dos eran para la presión alta, un diurético y una para evitar posibles ataques epilépticos por el tipo de operación que habían hecho. Todavía el último día en el hospital antes de decidir mi salida me hicieron un último TAC y me dieron algunas indicaciones: a partir de ese día la principal cosa de la que tendría que cuidarme sería la hipertensión, por lo tanto me quitaron la sal de la dieta y me mandaron a bajar de peso.

En casa pude bañarme y descansar más tranquilo. Mi mamá siempre estuvo pendiente de mí. Los Padres pidieron en la cocina que me cocinaran sin sal. Yo le dije a mi mamita que tomara la Guía verde de Michelín que hacía tres años me había regalado el Padre Pepe a mi llegada a Roma y que con ésta se saliera a conocer Roma mientras yo me quedaba descansando en mi camita. Ella se negó rotundamente y me dijo que no había venido para pasear, sino para estar conmigo. Así que tuve que idear una estrategia en la que los dos saliéramos beneficiados: algo sencillo que me ayudara a mí y que le despejara la mente a ella que de seguro se llevó un buen susto. La clave estuvo en que los doctores me habían mandado que saliera a caminar todos los días, para ir recuperándome de haber estado casi un mes en cama, entonces yo aproveché la ocasión y con la Guía verde en una mano y mi mamá del brazo comenzamos la re-exploración de Roma. Los primeros días me cansaba yo mucho y muy rápido. Me dolían de manera particular las piernas como al día siguiente de haber uno corrido mucho, me picaban y me tenía que untar un poco de “Frescapié” que oportunamente había traído mi mamá entre sus cosas desde México. Me molestaba tener el olor todo el día y me acordaba mucho de mi abuelita materna que, a su edad, esa loción era una de las pocas cosas que le daban respiro entre sus múltiples achaques. Como sea, la loción no detuvo del todo el dolor y el domingo 8 de marzo que habíamos planeado volver a salir en la tarde después del pranzo para ir a las Vísperas en San Pedro, no pudimos porque yo no aguanté estar parado en la calle esperando el autobús.



¿Podría comentarnos a grandes rasgos cuál ha sido la vivencia “teatina” y personal de estos acontecimientos?


Comencé también el momento de análisis: ¿qué sentimiento, experiencia, enseñanza y lección me dejaba el haber estado hospitalizado todo ese tiempo? Muy aparte de la reflexión sobre el cuidado que debo poner en mi salud, hubo una enseñanza que sin duda fue para mí la más impactante. Yo antes no ponía mucha atención en los enfermos y, bendito sea Dios, había tenido muy pocos momentos de gravedad en mi salud a lo largo de mi vida. Pero estar allí, acostado, inmóvil, sin poder hacer nada útil, me dejó una gran lección. Cecy y Constanza me llevaron un decenario (que es como un rosario, pero de una solo decena de cuentas), mientras los padres escolapios me llevaron unas estampitas con oraciones que comencé a rezar todo el tiempo que no podía tener una visita. Pero la experiencia más increíble fue todos los días ver a mi mamá sacando su librito de oraciones y rezar conmigo oraciones para enfermos. Ella va normalmente a visitar enfermos de su parroquia y tiene algún librito con oraciones para enfermos y difuntos, así que ya sabía más o menos que cosa tenía que hacer. Yo fue la primera ocasión que escuché una frase hermosa: « ¡Jesús, Jesús! Yo en la cama y Tú en la cruz…» que es el inicio de una oración muy sencilla y bonita, cuyo contenido es fácil de escuchar para un enfermo y brinda mucho consuelo. Me pareció una oración muy sencilla y profunda. Con las pocas fuerzas que tenía, pero con todo el tiempo del mundo a mi disposición, me puse a reflexionar en mi interior y vi que lo único que podía hacer por otros era eso que decía la oración: ofrecer esos momentos duros para la salvación del mundo, como Jesús en la cruz. Qué experiencia tan increíble y más al ser vivida en plena Cuaresma. De hecho, el tiempo de mi estancia hospitalaria coincidió con el inicio de este tiempo fuerte y el Miércoles de ceniza vino el capellán del Hospital a ofrecerme un poco de consuelo e imponerme la ceniza.

Estando en casa poco a poco fui mejorando, bendito sea Dios. Los primeros días me dolía la cabeza con el aire frío del final del invierno, pero ese malestar pasó pronto. El dolor de piernas desapareció por si solo como a los diez días, lo cual le dio mucha alegría a mi mamá y a mí me añadió paz. Me sentí bien al ver cómo mi cuerpo se iba reponiendo y eso me ayudó y me animó a reintegrarme poco a poco en las actividades de la Casa. En cuanto pude serví de acólito en el altar, hacía mi media hora de portero o ayudaba en cosas muy simples sin dejar de acudir a la oración coral.
Los domingos 8 y 15 y 24 de marzo tuvimos mi mamá y yo la gracia de recibir la bendición papal tras acompañar entre la multitud al Pontífice en la oración del Ángelus en la Plaza de San Pedro.



Entre los lugares que tuvimos la fortuna de visitar mi mamá y yo, en esos momentos de recuperación, están algunos que yo mismo no conocía. Quizá el más significativo fue el Monte Sant’Elmo, en Nápoles. Las hermanas Teatinas habían organizado una peregrinación para el 17 de marzo al final de una reunión de consejos provinciales, a la tumba de la Madre Úrsula Benincasa, su Fundadora, a quien me había encomendado desde el principio, cuando se enteraron de lo que me había sucedido. Así que nos invitaron a mi madre y a mí a acompañarlas. Salimos temprano y viajamos en autobús hasta el antiguo convento haciendo una escala para desayunar un capuchino y unos bocadillos que habían preparado las madres. Visitamos el antiguo monasterio de la Madre, hoy convertido en una universidad privada, y vimos y veneramos con profundo agradecimiento y emoción las reliquias de la Venerable. Por último nos invitaron a comer en Torre del Greco, un pueblito más adelante, y que también es muy teatino. Allí nos dio la noche así que regresamos en el autobús con el corazón alegre y conmovido, cantando y escuchando unas meditaciones que nos dirigía el Padre que nos acompañaba. Días más tarde leería que Torre del Greco fue el lugar donde falleció nuestro Cardenal teatino hoy beato Pablo Burali d’Arezzo en 1578…

Tras despedirse de todos los padres y los trabajadores de la Casa General, mi madre partió el 25 de marzo. La acompañamos al amanecer al Aeropuerto “Leonardo Da Vinci” de Fiumicino. Nos tomamos un café en el aeropuerto y luego ella cruzó hacia la zona de embarque disponiéndose a hacer solita el vuelo de regreso hasta Ciudad de México. Mientras, me quedé con una sensación de profunda impresión ante todo lo que ella había hecho por mí.

Al día siguiente fui a la escuela a platicar con el Secretario, agradecerle todo lo que por su parte había hecho por mí (avisar a mis profesores y compañeros) y preguntarle sobre mi situación académica. Me confirmó que alcancé a terminar el semestre, que, sin embargo, era tarde para inscribirme al semestre siguiente y me autorizó generosamente a asistir como oyente a las clases que yo quisiera.


En abril surgió el problema de la “Gripe porcina”, luego llamada de otra forma. Ahora me toca a mí orar por los enfermos de este padecimiento.
Quisiera terminar contando una cosa. Durante todo el tiempo que estuve en el hospital y luego en recuperación tuve la fortuna de contar con la visita de las hermanas Cecy y Constanza, especialmente los días viernes de cada semana. Ellas se pusieron de acuerdo con mi mamá para que yo escribiera una pequeña tarjetita de agradecimiento por las oraciones a toda la gente que nos mostró su apoyo. Para hacerla se lucieron todas porque al final me gustó mucho cómo quedó. La quiero transcribir a continuación como un agradecimiento a todo el que no haya podido darle en persona una copia y haya hecho oración por mí y, claro, al que llegue al final de este escrito.



« ¡Jesús, Jesús! Yo en la cama y Tú en la cruz.


Yo en la cama, acostado; Tú en la cruz, clavado.


Yo, quejándome; Tu, animándome.


Yo, sin pensar que mis dolores


unidos a los Tuyos, tienen un valor infinito.


Tu, anhelando sufrir más para pagar nuestros pecados.


Jesús, Jesús, yo en la cama y Tú en la cruz.


Jesús, creo en ti. Jesús, espero en ti.


Jesús, voy a ti.»



Con esta oración, que me recitó muchas veces mi madre mientras yo estaba en cama, quiero agradecer las oraciones que Usted ha tenido la generosidad de realizar por mi salud.

Ruego a nuestro Padre y Señor que le bendiga siempre a Usted y a los suyos.

«Busca primero el reinado de Dios» (Mt 6,33).Carlos Gómez Ruiz, C. R,Roma, marzo 2009.



Entre las reflexiones que he tenido estos días, algo que me ha ayudado mucho ha sido seguir los discursos del Papa y entre estos me encontré con los siguientes párrafos, con los que me decido a terminar estas páginas:



  • «A veces -observó el Papa- es difícil encontrar una razón para aquello que se nos presenta solo como un obstáculo que superar o como una prueba -física o emotiva- que soportar. Pero la fe y la razón nos ayudan a ver un horizonte más allá de nosotros para imaginar la vida como Dios la quiere. El amor incondicional de Dios, que da la vida a cada individuo, tiene un significado y un objetivo para cada vida humana…
    En nuestras pruebas personales y estando al lado de los demás en sus sufrimientos nos hacemos, de alguna forma, más humanos. Y empezamos a aprender que, en otro nivel, también los corazones endurecidos por el cinismo o la injusticia o por la reluctancia a perdonar no están nunca fuera del alcance del radio de acción de Dios y pueden abrirse siempre a un nuevo modo de ser, a una visión de paz» (BENEDICTO XVI,
    Discurso en su visita al Centro "Regina Pacis", Ammán, Jordania, 8 de mayo de 2009).


    Finalmente, quisiera agradecer nuevamente al Padre José Saavedra, C. R., quien con muchos momentos de plática a mediados del mes de mayo, cuando vino con su familia a Roma, me aclaró y me ayudó a recordar momentos de lo que viví en el Hospital y me proporcionó información de los momentos que no pude ver por mí mismo.
    Así comenzó mi Cuaresma y así termino mi Pascua 2009: Con profundo agradecimiento a Dios y a todos ustedes por sus oraciones.



ESTRICTAMENTE PERSONAL


Nombre completo: Carlos Gómez Ruiz.


Apodos: la gente amable me dice “Monseñor” (porque dicen que me parezco al santo Monseñor Rafael Guízar); mis primos me llaman “bongue” (no sé por qué). A mí me basta “Charlie”.


Ciudad de origen: Ciudad de México, D. F.


Un recuerdo de infancia: Mi abuelita que nos cuidó siempre.



¿Hermanos? Una hermanita: casada.


Equipo de fútbol: Pumas (de la UNAM) que esté año ganó la liguilla.



La mejor enseñanza que aprendió de sus padres es: Dar la vida por quienes se ama.



Actualmente vive en…Sant’Andrea della Valle, Roma, con… la Curia General y los estudiantes del Colegio Internacional “San José María Tomasi” de Roma.



Un “ritual” o costumbre fraterna de su comunidad que le guste mucho: Cenar pizza los domingos… aunque ya no la puedo comer.



Un libro imprescindible, además de la Biblia: Las Constituciones de mi orden.



Una canción: “Coincidir”, de Alberto Escobar.



Una película: Pídele al tiempo que vuelva.



Un color favorito: Azul (todos los tonos).



Un lugar para perderse: Mi ciudad de México, D. F.



Su plato favorito es: Todo. Creo que por eso estoy gordo ;)



Un maestro/a de vida: Mi maestro de novicios, el Rvdo Padre Pedro Pascual, C. R.



Un defecto suyo conocido por todos: Poca paciencia.



Tres cualidades que más valora en una persona: sinceridad, honestidad y veracidad.



Tres antivalores que rechaza por completo: la mentira, el doblez, la hipocresía.



HECHO HISTÓRICO que marcó su vida: Los terremotos de 1985, que nos hicieron a todos los habitantes de la ciudad de México tomar conciencia de nuestra sociedad y de la importancia de la solidaridad.



PERSONAJE HISTORICO preferido: Jesús.


PROFESOR/A que dejó huella (positiva) en su corazón… La Doctora Bárbara Andrade, profesora de Antropología teológica en el IFTIM.



Su cita evangélica es…«Nadie tiene amor más grande que éste: que uno dé su vida por sus amigos» (Jn 15, 13).

¿Cómo le gustaría ser recordado? Como alguien que pasó por este mundo haciendo el bien.
La vivencia tan cercana de una enfermedad le ha enseñado a… Orar por los enfermos.



¿Me olvido de preguntarle algo? Bueno… supongo que no ;)